caba de nacer la tan anticipada hija de Brad Pitt y Angelina Jolie, y todo el cholulerío a nivel mundial está que se sale de la vaina en feroz carrera a ver quién es el primero en anunciar todos los detalles al respecto, que de momento son más bien escasos, la verdad sea dicha, porque los sonrientes padres están medio como atrincherados en el sanatorio y no hablan con nadie. En todo caso, sí se sabe que el nombre del invento es una de esas típicas cosas con las que suele salir la Jolie para darle dolores de cabeza a la prensa del entretenimiento Hollywoodense: Shiloh Nouvel Jolie-Pitt. Vayan ejercitando esa pronunciación.
Nos llama poderosamente la atención el hecho de que toda la pedorrada de las revistas del corazón se concentre en especular respecto a la herencia genética que vaya a determinar la futura nariz o labios de la creatura, pero que nadie se detenga a observar que el ex-hombre recio de Hollywood parecería haberse ablandado con los años, a juzgar por el puesto de segundón al que con tanta tranquilidad se ha dejado relegar a la hora de apellidar la cuestión.
Así empiezan estas cosas. Primero te dejás relegar el apellido a un vergonzoso segundo puesto, y cuando te querés acordar estás en pantuflas, paseando una cosa como esta ante la mirada socarrona de tus vecinos, odiando tu vida y odiando aún más a esa voz que retumba en la trastienda de tu cerebro berreando: "¡¡¡Y no te vuelvas a olvidar de los cigarros, inútil de mierda!!!"
¿Qué pasó ahí, Brad? Te tienen cazado de los huevos, ¿eh?
Nosotros solíamos ser grandes admiradores del galán. Brad era un amigo. Tanto así, que en su momento no dudamos ni por un instante a la hora de otorgarle el codiciado título de "Uno de los pocos tipos a los que se le puede permitir voltearse a Jennifer Aniston con total impunidad". Creo, entonces, que hablo por todos mis compañeros en la Hermandad cuando expreso mi dolorosa desilusión ante la polleruda actitud que no sólo lo convierte en una vergüenza para el género masculino, sino que necesariamente tiene que convertirlo en un ser abyecto para el género femenino también, porque ¿qué mujer que valga su sal quiere a su lado a un pelele pusilánime de este calibre? La estúpida ésa que colecciona huerfanitos y se tatúa eslogans de sopas chinas por todo el cuerpo, nomás.
El renombrado veterinario Raymond K. Hessel se mostró divertido con la situación y declaró, con una sonrisita socarrona: "Yo seguiré viviendo en el sótano de mi madre, pero por lo menos mi hámster sí sabe quién es el que manda en casa, ¿verdad mi cuchi-cuchi? Chuchu-chuchu-chuchu-chuchu-chuchu..."
En ese momento el roedor le mordió el dedo con inesperada violencia, arrancádole la falange de cuajo, lo que determinó que la entrevista fuese interrumpida en el acto, ya que éste cronista no podía parar de reírse a carcajadas, y realmente es muy difícil escribir cuando se ve la vida color de lágrima
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