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martes, 19 de junio de 2007
RANT preestrena su nueva sección social, con el apoyo del Editorialista Fantasma de El País. A ver cómo nos sale.

na de las críticas que se nos formula más a menudo refiere a la decisión de poner a æclipse µattaru a atender la puerta del frente de esta web, ya que no pasa una semana que el tipo no se pelee con alguno. Como webmaster de este sitio -si bien últimamente un poco descansado de mis obligaciones- es un tema en el que pienso muy seguido, y por lo tanto dicha crítica no cae en ojos sordos. Es más, mientras escribo ésto estoy imprimiendo el último mail que recibí sobre el particular para poder tenerlo a mano en todo momento, no sea que accidentalmente vaya a dejar de pensar en ese asunto por un instante. Me lo voy a guardar acá, en la entrepierna, no sin antes frotarlo un poco para que no se enfríe.

Me acabo de dar cuenta de que mi columna de hoy no tiene foto de colegiala, así que -en mi carácter de Editor Asistente- voy a editar asistentemente la columna del jefe de modo que tenga dos.
Nótese que como ésta es una nota que habla sobre los niños pobres, conseguí una oportuna colegiala indigente.
¿No me repetís quién es EL UNO, que no me acuerdo bien? -æco
(Click para ampliar)

Fuera de esa estupidez, lo otro que se nos ha cuestionado reiteradamente es que se echa en falta una sección social; una columna que exprese una visión comprometida acerca de los temas más urgentes de la ciudad, que ilustre la interacción diaria del ciudadano común con ese mundo al que se enfrenta nada más cruzar la puerta de su casa.

Se vuelve un tanto difícil, sin embargo, enfocar semejante proyecto siendo que los miembros del staff de RANT no tenemos alma y francamente al ciudadano común nos lo pasamos por el empeine de la garcha. Pero por otro lado, no tenemos la menor intención de darle una ventaja a algún otro medio periodístico que tenga un sociólogo gay o un mimo intelectual o un hippie budista o cualquier otro tipo de desviado mental que escriba sobre esos asuntos. Es por eso, entonces, que en nombre de la autoridad de que yo mismo me he investido, determino que a partir de este momento comienza la cuenta regresiva para la inminente inauguración de nuestra sección "Sociedad".

Y el momento escogido no podía ser más certero, porque justamente el lunes pasado por la mañana me encontraba en la parada del ómnibus esperando a que el chofer me trajera la limousine, oteando una jauría de apetitosas colegialas somnolientas; cuando de pronto me volví y, sin siquiera saber de dónde había salido, tuve ante mis ojos a un carrito conducido por un niño sucio y demacrado, con ojos apagados y expresión sufrida, tirado por un caballo famélico y con claras muestras de sufrir frecuentes maltratos.

Fue uno de los espectáculos más indignantes que haya tenido que presenciar en mi vida.

Representación artística del carrito de marras, en la forma de un carro alegórico, o sea que a su vez está representando artísticamente algo más.
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Y es que estamos hablando de un ser humano --un ser humano con derechos que deben ser respetados, y en ese momento se estaba cometiendo una terrible tropelía a ese respecto. Es inaceptable que una persona como yo tenga que sufrir la ofensa a mi delicada nariz que implica tener a menos de cinco metros y sin valla sanitaria alguna de por medio a un negrito mugriento de tamaña estofa. Válgame Cristo.

El primer escollo que encuentro es: ¿Cómo enfocar, entonces, un tópico tan delicado sin perder el estilo y la urbanidad? Pues qué mejor que investigar cómo lo hacen los que saben del tema. Vamos entonces a consultar al diario El País, que al igual que La República también tiene su propio Editorialista Fantasma con dedos largos y guantes quirúrgicos para tocar los temas más urticantes, y que hace unos días nos hablaba de las dos realidades que se viven en Montevideo ...

En la ciudad de Montevideo no se vive una realidad sino dos, desdobladas como en los casos clínicos de esquizofrenia. Esas realidades se superponen, se confrontan, se irritan mutuamente y se toleran a duras penas [...] En primer lugar tenemos los contenedores, esos recipientes para basura domiciliaria que en teoría son la gran solución para superar el problema endémico de la dispersión de residuos. En términos generales, los residentes de cada zona han respondido disciplinadamente al servicio que prestan esos tanques, pero la actividad de los hurgadores (un batallón que crece con el paso del tiempo) arruina el ordenamiento y provoca alrededor de los contenedores un desparramo de desperdicios que no sólo estropea el esmero de los vecinos, anula su diaria prolijidad y desalienta su espíritu de colaboración con la iniciativa, sino que además produce un espectáculo demoledor, el de un adelanto en materia de organización callejera que resulta inutilizado por esa miserable manipulación [...] En segundo lugar, a esos rasgos esquizoides se agrega otro igualmente flagrante, el control del tránsito. Mientras los inspectores municipales (a quienes se añade ahora la policía, que también supervisa la circulación) aplican su notoria severidad multando a los automovilistas por infracciones tan sutiles como no detenerse por completo ante una señal de "pare" o no llevar ajustado el cinturón de seguridad, esos mismos cuerpos de vigilancia ignoran las múltiples violaciones a toda norma de tránsito que cometen los demás vehículos, desde los ciclistas (cada día más numerosos) circulando a contramano, sin luces y en zigzag, hasta los motociclistas con similar comportamiento, una transgresión que se agrava en el caso de distribución de comida preparada, con la imprudencia de una velocidad de desplazamiento que supone riesgos para ellos y para todos los demás, sin olvidar la benevolencia que la autoridad dedica a los carros hurgadores y al escándalo de su apariencia, su manejo por menores y su trato despiadado de los caballos de tiro.

Y yo me preguntaba de dónde sacaban las ideas todas esas viejas psicóticas neonazis.

Un saludo para Dios que, a través de su mano derecha en La Tierra -Google-, se manifiesta claramente a favor de nuestra iniciativa de meter colegialas en cada columna que publiquemos; cuando una búsqueda de "niños pobres" me lleva a esta imagen.
(Click para ampliar)

A ver si nos entendemos: No pretendo venir a erigirme en defensor de los niños pobres con hambre. No lo hago en la vida real, mucho menos lo voy a hacer en una web como ésta. Yo soy una bazofia de ser humano, y no me preocupa demasiado serlo; lo cual me hace peor aún. Soy de los que dejan de pensar en el genocidio de Darfur en el preciso instante en que cambio de canal y me encuentro con Gran Hermano Famosos, porque en mi cabeza no hay espacio para mucho más que las tetas de Cinthia Fernández. Pero acá estamos hablando de El País, uno de los periódicos de mayor prestigio del Uruguay. Me cuesta creer que exista una persona con un mínimo de sentido común que, al leer esa columna, no piense inmediatamente que la importancia de problemas como el que los pichis dejen la basura desparramada alrededor de los tachos, el que maltraten a sus caballos, o el que manejen carritos feos y sucios -Todos ellos problemas genuinamente enojosos, nadie dice que no- se ve ligeramente relativizada cuando se piensa que esta gente está revolviendo la basura en busca de algo para comer. Un lunes a las 7 de la mañana. Con sensaciones térmicas cercanas a 0º C.

No puedo discernir si el Editorialista Fantasma de El País es brutal, amoralmente cínico; o si sólo es rematadamente imbécil.


Pero bueno, no me hagan mucho caso. Probablemente sólo sean cosas de maricotas que se me ocurren a mí.

Después de todo, soy un gótico

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