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viernes, 24 de marzo de 2006
Periodista uruguayo revela la tenebrosa verdad detrás de la pantalla de filantropía de los malévolos productores de Desafío Al Corazón.

como oportunamente informáramos, el pasado fin de semana ocurrió una lamentable tragedia en la ciudad de Young, departamento de Río Negro, en el marco de la filmación de un episodio del programa Desafío al Corazón. Casi en forma inmediata, desde los más diversos sectores de la sociedad uruguaya se extendieron decenas de manos dispuestas a hacer leña del árbol caído. Porque la gente es mala, no hay con qué darle.

El último en poner su granito de arena en el ojo de la tragedia fue Julio Guillot, del diario La República, con una columna titulada "Programas que abonan el lado oscuro del corazón", en la que azota a conciencia al programa televisivo en cuestión. En realidad, a éste programa específicamente no -como él mismo se apresura a aclarar-, sino a la naturaleza del programa. A la idea que se esconde detrás de una presentación totalmente válida.

Mmmh-hm.... qué abstracto se está poniendo esto... ¿Es otra pieza de periodismo vaporoso eso que huelo? ¡Investiguemos, amiguitos ...!

Me refiero a los programas de televisión que, como "Desafío al corazón" de canal 10, pretenden ser filantrópicos y en los que abunda un componente cursi o sensiblero. Son propuestas de comunicación que trabajan a dos puntas: con el pretexto de ayudar pecuniariamente a alguna institución en escombros (hospitales, escuelas, cotolengos, y todo organismo que desarrolla una tarea loable), se ofrece al público televidente un espectáculo circense, donde hay riesgos reales para los participantes sometidos a exigencias especiales para sortear pruebas o cumplir tareas. En tales condiciones, el éxito está asegurado. Es una forma de alimentar el morbo natural del ser humano, el lado oscuro del corazón, disfrazado de obra de beneficencia. El mismo lado oscuro que añora el coraje de los malevos, que asiste a una una exhibición de pugilato, que se emociona con los trapecistas arriesgando su vida, o que asiste a los espectáculos taurinos. Es la versión moderna de aquellos que estimulaban a los gladiadores en el circo romano; y es el mismo sentimiento que también los hace disfrutar corriendo algún riesgo, realizando alguna actividad peligrosa para su propia integridad física, que los hace sentir un placer morboso viendo una película de terror, o que los impulsa a subirse a la montaña rusa para lograr que se libere adrenalina.

Una de las pruebas de la versión de Desafío al Corazón que mira Guillot. Al sonar la chicharra los productores empiezan a acosar al cocodrilo a pedradas, dando comienzo la prueba propiamente dicha.

Evidentemente, Guillot es un intelectual de pura cepa, y debe estar demasiado ocupado participando en los deliciosos debates de su club literario y atendiendo a las funciones de cada película soporífera que aparece entre los hongos del subsótano de Cinemateca, como para desperdiciar su tiempo en mirar programas de televisión para mentes sencillas. A esto se debe, presumiblemente, la confusión que lo lleva a hablar de Desafío al Corazón, cuando es más que obvio que su intención original era referirse a su tenebroso doppelgänger Desafío MORTAL al Corazón.

A ver. No pretendo venir acá a plantarme en defensor del programa, ni muchísimo menos de ninguna de las lacras amorales que están detrás de él, si ellos mismos ya demostraron que les chupa un huevo todo este asunto, pero hay algo que siempre repito y es que si vas a hablar de una cosa, y en especial si vas a hacer una crítica, estaría bien que te informes un poco sobre el tema.

Yo he visto Desafío al Corazón alguna que otra vez, y el tenor de las pruebas, me animaría a decir que en su 95%, suele ir de "juntar 50 personas que hayan visto el cometa Halley en 1910" a "organizar una murga de mimos parisienses que interprete la retirada de 'La Falta' del '82", llegando tan lejos como "formar tres fila de Fuscas pintados de verde cotorra que vayan desde la escollera Sarandí hasta el obelisco". Usualmente, el riesgo más grande que implican las pruebas que propone el programa es que se emocione uno de los veteranos y se les quede tieso en el estudio. Y de todas formas es un tipo que vio al cometa Halley cuando se todavía se veía algo, para qué quiere seguir viviendo.

Una vieja promo de Desafío al Corazón hacía una alusión mucho más directa a su cometido de saciar la sed de sangre de la morbosa teleaudiencia uruguaya.

La ausencia de un soporte válido para su exposición no es, sin embargo, impedimento alguno para que el implacable periodista tome impulso y pegue un monumental salto conceptual, transformando la mención a Desafío al Corazón en el aperitivo de una crítica generalizada de la televisión moderna con sus reality shows, sus deportes extremos, sus videos más locos del mundo, sus canciones de Los Tatitos... En fin, todos los consabidos productos "abocados a alimentar el lado oscuro del corazón del televidente".

En este punto, el lector se estará preguntando -y con toda la razón-: "¿Pero vos qué hacés mirando ese programa de mierda?", a lo que respondo con el siguiente párrafo de la nota, no porque esté relacionado con la pregunta, sino porque llega justo a tiempo para desviar la atención de ese aspecto más bien patético de mi vida y centrarla en el quid de toda esta cuestión...

Aunque sean privados, los canales usan ondas públicas. Bien podría exigírseles un compromiso mayor con la tarea de inculcar valores y divulgar cultura.

De esta manera, queda oficialmente marcado el punto en que hace cinco minutos que Guillot debió haberse callado la boca.

Una de las técnicas más facilistas y populares para demostrar lo inteligente y comprometido con el enriquecimiento cultural de la sociedad que es uno, consiste en plantear una exposición anti-televisiva abstracta y genérica en la que se hace un severo llamado a la atención al conglomerado estupidizador de la industria de la TV por la degradación moral a la que está arrastrando a la sociedad, y se le exige que empiece a inculcar valores y divulgar cultura de una buena vez, qué carajo.

¿Qué significa exactamente esa frase? ¿A qué es, en concreto, que nos referimos usando términos tan pomposos y un tono de voz tan firme? Eso no lo sabe nadie.

Lo cierto es que cada vez que sacudimos el índice extendido y fruncimos el ceño para plantear esa crítica/exigencia a voz en cuello, sentimos un dejo de temor al pensar: "¿Y si el tipo me dice, 'De acuerdo, estoy dispuesto a empezar a difundir cultura en mi cadena de televisión. ¿Qué es lo que tenía Ud. en mente?', ¿¡¿qué le contesto?!?".

Pero es un temor pasajero, que se desvanece de inmediato cuando recordamos que los empresarios del cartel de la caja boba no leen nada que no sea las planillas de ratings.

Y muchísimo menos nuestros pataleos retóricos con ínfulas de redentores culturales

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