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viernes, 10 de noviembre de 2006
Las chicas del Senado demuestran que también se saben divertir.
Pah, ahora que lo pienso, quizás "dialogasión" hubiese sido un término más apropiado y menos propenso a confusiones. O "conbersación".

ientras escribo estas líneas con doloroso esfuerzo, utilizando sólo tres dedos, Danilo Astori -nuestro benemérito ministro de Economía- está siendo interpelado por Iván Posada del Partido Independiente. Este es un dato que no le importa a nadie, pero lo traje a colación porque me permite comentar que cada vez que dicen que Posada es "el miembro interpelante" no puedo evitar imaginarme un gigantesco pene con saco y corbata, sosteniendo un montón de papeles con un pequeño bracito mientras gesticula con otro para enfatizar sus críticas al ministro. Es una buena imagen, ¿no?

...

Seh, es cierto. Soy un pelotudo. Lo reconozco. Y lo peor es que no me da mucha vergüenza que digamos.

Debe ser por eso que Von Katze decidió que necesitaba profesionalizar un poco mi trabajo, y me envió al Senado a cubrir lo mejor de la interpelación. Como suele ocurrir, lo mejor de una interpelación siempre se encuentra en otro lado que no es la interpelación, porque esas cosas son un embole de proporciones titánicas. En el caso que nos compete, la mejor parte fue hace cosa de un mes, cuando a raíz de una maniobra tan astuta como rastrera de Aníbal Pereyra (Espacio 609), el primer llamado a sala del ministro de Economía fue desestimado por falta de quórum. Aquello fue una belleza: En el acto empezaron a saltar todos los representantes de todos los sectores de la oposición, y la sesión se convirtió en una de esas pintorescas batallas campales dialécticas que tanto color le dan a la vida dentro del Palacio Legislativo.

Si la pelea hubiese sido así, capaz que me quedaba tranquilo sacando fotos y me ahorraba toda esta calamidad.

De todo el episodio, si duda lo más destacable fue el debate entre las diputadas Sandra Etcheverry (Alianza Nacional) y Mónica Travieso (también Espacio 609), uno de esos momentos que alcanzan la altura de una tachuela remachada contra el piso a la que le acaba de pasar por encima una aplanadora. O sea, se querían matar en serio las señoras.

Tanto es así, que en un acto de caballerosidad andante sin precedentes, decidí saltar al medio de la acción, en un nada característico en mí pero indiscutiblemente noble plan conciliador.

"¡Señoras, tranquilidad, por favor!", grité, ubicándome entre ellas y alzando ambas manos, "¡Parece mentira, gente grande!". Esta última frase fue recibida con sendas miradas no muy complacidas, de modo que me apresuré a aclarar: "Me refiero a que son dos personas adultas, inteligentes y educadas; no lo digo porque sean viejas y gordas, válgame Dios". El tono de las miradas no mejoró mucho, la verdad sea dicha, así que decidí cortar con la diplomacia e ir directo al punto: "¿Qué es toda esta violencia sin sentido? No, no es así, señoras. Lo que creo que les hace falta a ustedes, es -de hecho- lo mismo que les hace falta a cada una de las mujeres del mundo para solucionar sus eternas diferencias con las demás mujeres, y se resume en un solo término: Ablación".

Justo en ese momento tuvo lugar la más infortunada coincidencia, porque la luz del recinto se apagó al caerse la lámpara encima de mi cabeza. Lámpara que, si bien nunca llegué a verla, aparentemente es la única en toda la sala, y está hecha de cemento macizo.

La pelea era en blanco y negro porque (aquí entre nos) que son viejas.

O al menos esa es la única explicación que se me ocurre para la oscuridad que se hizo de pronto y el hecho de que lo único que recuerdo a continuación es despertar en una cama de hospital, enyesado de pies a cabeza e inmovilizado por el dolor inigual de cientos de huesos convertidos en miles de astillas; acompañado por una única visitante, mi gran amiga Zuricata -también conocida por los íntimos por su más reciente seudónimo: "Me Chupa Un Huevo Si Me Quedo Ciega, Esta Carita Es Demasiado Hermosa Como Para Ponerle Lentes"-, a quien intentaba explicarle, mayormente a través de gestos con los tres dedos que me quedan sanos y balbuceando algunas palabras fragmentadas, que lo único que podía recordar era que intentaba persuadir a las buenas señoras de que no hacía falta pelearse, que ablando se entiende la gente...

En fin, les cuento todo esto como preámbulo para pedirles un pequeño favor, y es que jueguen conmigo y no le digan a Von Katze que la cobertura que van a leer a continuación no es mía, sino que, en vista de las infortunadas circunstancias, me ví obligado a levantarla del diario La República ...

Fue ahí que pidió la palabra Sandra Etcheverry (Alianza Nacional), vestida de rosado, fino color rápidamente disuelto en el rojo bermellón que tomó su rostro de la calentura que la dominó. Cuando de su delicada boca comenzaron a brotar sapos y culebras dirigidos al oficialismo, un estrépito de gritos, silbidos, irónicos aplausos y golpetear de bancas trató de aplastar sus dichos sin lograrlo del todo. En medio de la batahola, se vio y oyó con claridad a Mónica Travieso (Espacio 609), quien estuvo a punto de bolear la pata y correr por encima de lo que hubiese a su paso, calificar a Etcheverry con epítetos descriptivos dignos de un tablado en Casavalle a las tres de la madrugada, mientras la combativa Sandra, lejos de recular (sin alusión indebida de índole alguna), le imputaba a su rival unas características poco estimulantes que es imposible reproducir por más libertad de expresión que haya.

El presidente Julio Cardozo, cuyos ojos jamás se habían visto tan abiertos ni su prolijo pelo tan erizado, pegó unos timbrazos acalambrantes, cortó los micrófonos y suspendió la sesión por diez minutos. (Hay que aclarar que Travieso y Etcheverry siguieron vociferando, contenidas a duras penas por bien dispuestos y valientes correligionarios).

Interpretación artística de Carlos Gamou en pleno ataque de inspiración.

Para quien le interese, eso fue un extracto de una obra de arte de columna informativa a cargo de un sujeto llamado Antonio Pippo; y la versión completa no tiene desperdicio. Incluye un compilado de geniales reflexiones cafeinadas senaturiales, como una del diputado Carlos Gamou que dice: "Sepan que la mayoría absoluta surgió de los monjes del Alto Medioevo y que frente a la homofonía, que para los griegos era el paradigma de unidad, yo prefiero la sinfonía". Un poeta.

Los dejo con Pippo, entonces, y me voy despidiendo, que Zuricata ya está empujando la silla de ruedas porque es la hora de tomar mis analgésicos.

Deséenme suerte, porque con esto de que la petisa no ve una mierda, podemos terminar en cualquier lado

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